Wednesday, April 23, 2014

Pimpinela Trekkie para el alma o #BeamMeUpScotty.




Pimpinela Trekkie para el alma o #BeamMeUpScotty.

Joaquín Ortega


Recuerdo disfrutar Star Trek en casa de mi tía Dora, dentro del cuarto de la TV. Era un lugar oscuro y perfecto para embutirse en las historias en refulgente blanco y negro. Allí, en una especie de tazón repleto de piedras marinas, se paseaba un gato, al que estoy seguro le caíamos mal, porque al vernos nos aplicaba su indiferencia. A veces, al chocar o lanzar las piedras de aquel tazón con fuerza contra el piso, se producían chispazos maravillosos sobre la alfombra: éramos niños Tesla sin saberlo.

Los domingos al mediodía, en ese apartamento del 23 de enero eran especiales: el siempre cortés Sr. Tomás Montalva Alcázar –alto, pero de seguro, un gigante, para mis escasos 5 años- me decía que “Viaje a las estrellas, se quedaba corto con las páginas maravillosas que escribía un señor que se llamaba Bioy Casares”.

Tomás, chileno de nacimiento, me decía que ese señor –“un argentino listísimo”- escribía cosas fantásticas, y que antes de que se le dijera al género “Ciencia Ficción”, ya estaba imaginando pasos, a otros mundos, sin efectos especiales. Yo no sabía leer y Tomás –sin mostrar ni una media sonrisa- me indicó que “eso no era problema, que mi mamá era maestra y que seguro aprendería”. 

De adulto, La invención de Morel me hizo disfrutar, como a muchos freakies de la primera etapa de Lost. Creo, que una vez le comenté acerca de las inspiraciones del cine y la TV, a partir de la literatura y me soltó otra perla de sabiduría: “yo creo que ahora las películas se copian a las películas, los libros están volviendo a manos más honestas”

Tomás hablaba poco, pero siempre tenía una frase inteligente o amable. De niño me regalaba ciruelas pasas Sun Maid y me mostraba el periódico, explicándome lo que eran las diferencias entre clasificados, titulares y crucigramas. De esas tardes, cuando de pasada nos veía a mí y a alguno de los primos en el suelo frente al tele, recuerdo haberle escuchado algo como:”todo lo que uno podía imaginar, siempre iba a ser mejor. Claro, hasta que inventaran una máquina que llevara tus sueños directamente al cine”. Esa idea, soltada con naturalidad y precisión me hechizó, y todavía hoy, me sigue fascinando. 

Tomás con el tiempo envejeció, se mudó y vivió prácticamente solo en Caracas. Subsistió entre pensiones, algunas cerca de Quinta Crespo, donde a veces, me lo encontraba al salir de RCTV. En otras oportunidades, el azar nos hacía compartir unos cuantos minutos en la Plaza La Concordia. Otras veces, nos vimos frente a una de las casas de Bolívar, en plena efervescencia de la Venezuela política de 1998. 

Un libro en su mano y su impecable estilo al vestir lo definían. Como el tiempo es amigo del cambio, Tomás comenzó a languidecer. Nos enteramos que se había desmayado un par de veces. Tenía anemia, producto de malnutrición. Con ayuda de una paisana chilena de Tomás –Marina Madrid, madre de mi buena amiga Andrea Hoare Madrid- pudimos llevarlo a un hogar de reposo en Catia –el asilo La Providencia- en donde se sintió otra vez  útil, y se fortaleció, por casi 5 años. 

El orden, la limpieza y los buenos cuidados de las hermanas le sentaron muy bien. Durante el día tocaba la campana para el almuerzo, ayudaba a los recién llegados, entraba y salía del asilo para hacer diligencias suyas o de otros. Uno de sus placeres era la pulcritud y, más de una vez, se escapó a una lavandería cercana a buscar alguna camisa limpia, a la manera profesional. Mi mamá, mis primas Giovanna y su hija Escarlata y algunos amigos le dieron vueltas, en esos tiempos en el asilo. 

Tomás siempre tenía algún obsequio para todos. Hace como un mes, de este año 2014, empezó a tener problemas para respirar, y hace una semana exacta mi mamá Iris y mi tía Grace lo visitaron. Conversaron con él, preguntó, un poco por todos, con ciertas lagunas normales. Pensamos que levantaría la cuesta de ese aparente malestar. Este lunes 20, en la madrugada se fue, a donde todos marcharemos algún día. 

De Tomás recuerdo sus buenas maneras, su ingenio para volver pequeños sucesos aburridos, en cosas inmensas y fascinantes. Lo recuerdo cada vez que como ciruelas pasas, cuando regreso con mi memoria a la televisión en blanco y negro. Me quedo con su porte de galán de cine mexicano de los 50 y sus maneras diplomáticas de guardar silencio. 

La embajada de Chile en Caracas, por medio, de la constante y humana supervisión de Rosalía Vásquez, arregló su funeral y posterior cremación. Gracias especiales a la hermana Antonia de La Providencia y al resto de su personal. Sus cenizas regresarán a Chile pronto, uno de sus hijos las recibirá, seguramente en Santiago. 

Hoy, es un día del libro. Por fin, pude poner por escrito, lo que considero son las palabras más justas y ecuánimes,  para quien nos demostró ser un caballero y un alma buena. Tomás es un buen ejemplo de cómo las lecturas y las ideas te encuentran de las maneras más insólitas. ¡Buen viaje amigo, gracias por todo, que ahora es que comienza la aventura! 


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